Se habían llevado una botella, y su única preocupación en ese momento era relajarse y disfrutar de la bebida.
- Es asombroso, cuando uno lo piensa – dijo Adell. En su rostro ancho se veían huellas de cansancio, y removió lentamente la bebida con una varilla de vidrio, observando el movimiento de los cubos de hielo en su interior.
- Toda la energía que podremos usar de ahora en adelante, gratis. Suficiente energía, si quisiéramos emplearla, como para derretir a toda la Tierra y convertirla en una enorme gota de hierro líquido impuro, y no echar de menos la energía empleada. Toda la energía que podremos usar por siempre y siempre y siempre.
Lupov ladeó la cabeza. Tenía el hábito de hacerlo cuando quería oponerse a lo que oía, y en ese momento quería oponerse; en parte porque había tenido que llevar el hielo y los vasos.
- No para siempre- dijo.
- Ah, vamos, prácticamente para siempre. Hasta que el Sol se apague, Bert.
- Entonces no es para siempre.
- Muy bien, entonces. Durante miles de millones de años. Veinte mil millones, tal vez.
¿Estás satisfecho?
Lupov se pasó los dedos por los escasos cabellos como para asegurarse de que todavía
Le quedaban algunos y tomó un pequeño sorbo de su bebida.
- Veinte mil millones de años no es “para siempre”.
- Bien, pero superará nuestra época, ¿verdad?
- Tamibén la superarán el carbón y el uranio.
- De acuerdo, pero ahora podemos conectar cada nave espacial individualmente con la Estaci´n Solar, y hacer que vaya y regrese de Plutón un millón de veces sin que tengamos que preocuparnos por el combustible. No puedes hacer eso con carbón y uranio. Pregúntale a Multivac, si no me crees.
(...)
- ¿Quién dice que no? Lo que yo sostengo es que el Sol no durará eternamente. Eso es todo lo que digo. Estamos a salvo por veinte mil millones de años, pero…¿y luego?
Luvop apuntó con un dedo tembloroso al otor.
- Y no me digas que nos conectaremos con otro Sol.
Durante un rato hubo silencio. Adell se llevaba la copa a los labios sólo de vez en cuando, y los ojos de Lupov se cerraron lentamente.
Descansaron.
De pronto Lupov abrió los ojos.
-Piensas que nos conectaremos con otro Sol cuando el nuestro muera, ¿verdad?.
- No estoy pensando nada.
- Seguro que estás pensando. Eres malo en lógica, ese es tu problema. Eres como ese tipo del cuento a quien lo sorprendió un chaparrón, corrió a refugiarse en un monte y se paró bajo un árbol. No se preocupaba porque pensaba que cuando un árbol estuviera totalmente mojado, simplemente iría a guarecerse bajo otro.
-Entiendo- dijo Adell-. No grites. Cuando el Sol muera, las otras estrellas habrían muerto también.
-Por supuesto- murmuró Lupov- . Todo comenzó con la explosión cósmica original, fuera de lo que fuese, y todo terminará cuando todas las estrellas se extingan.
(…)
-¡Qué sabrás tú!
-Sé tanto como tú.
- Entonces sabes que todo se extinguirá algún día.
- Muy bien, ¿quién dice que no?
-Tú, grandísimo tonto. Dijiste que teníamos toda la energía que necesitábamos, para siempre. Dijiste PARA SIEMPRE.
Esa vez le tocó a Adell oponerse.
-Tal vez podamos reconstruir las cosas algún día.
-Nunca.
-¿Por qué no? Algún dia.
-Pregúntale a Multivac.
-Pregúntale tú a Multivac. Te desafío. Te apuesto cinco dólares a que no es posible.
Adell estaba lo suficientemente borracho como para intentarlo y lo suficientemente sobrio como para traducir los símbolos y operaciones necesarias para formular la pregunta que, en palabras, podrían haber correspondido a esto:
"¿Podrá la humanidad algún día sin el gasto neto de energía, devolver al Sol toda su juventud aún después de que haya muerto de viejo?"
(La Última Palabra, de Isaac Asimov)
jueves, 24 de abril de 2008
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